Cuando pienso en la causa de mi tristeza, ya no caen lágrimas. Es como mirarla sentada a mi lado observando un mismo sentido, a un mismo nivel. Y es que me cuesta acostumbrarme a verla ahí, pero quizás ya no hay remedio.
Luché mucho, mucho. Hasta que dejé de jalar la cuerda de mis sueños, de mis metas, de mis afectos. Pero quedan secuelas, las que quedaron en lo profundo de mi alma y emergen en despertares agitados y sudorosos, llenos de desesperación e impotencia.Temo y me contengo, no se cómo; tal vez hasta creo que me miento que todo estará bien para no dejar de creer que aun puedo y tengo tiempo…
Un día corté por lo sano pero sacrifiqué mitad del corazón. Esa mitad me hace sentir que estoy vacía o -¿Debo mirar la otra mitad?- No puedo. La otra mitad es mi vida, yo soy solo un cuerpo con la vida que dejó al pendiente.
Ahora estoy mas serena.
Me admiro el desapego que se creó por aquello, por algunos.
Salí del filo del abismo. Rompí cadenas, inventé una salida.
Dejé un entorno tóxico que pisoteaban mi existencia del modo mas ruin, tan cercano, tan mío que gozaban mis lágrimas y también mis desaciertos.
Fue tanto, de alguna manera demasiado.
Hoy sano heridas y busco un anhelado encuentro de mi cuerpo y con su propia vida…
Deja un comentario